Debí haber sospechado que era él, Franco jugando uno más de sus juegos. Apenas pude entreabrir la puerta, vi sus ojos brillantes clavados en los míos, atravesando mi cabeza y mirando la pared negra tras de mí. Fingí no reconocerlo, volví a tirarme al suelo, presa de un ataque artificial de nervios.
Me gusta que me sorprenda, esta noche no pensé que jugaríamos. Qué listo, hacerme escribir en esta habitación oscura donde todo lo que puede oírse es el tic tac de un reloj antiguo. Lo de la somatización del miedo es algo nuevo, debe haber puesto algo en mi bebida, un alucinógeno tal vez. Yo sé que le encanta verme así desconcertada, sometida, aterrorizada.
Se lanza sobre mí, desbordando su deseo violento en un caos de ropa hecha jirones y ruidos corporales. En medio de ese éxtasis violento no noto cuando mi vientre comienza a crecer. Primero supuse que era imaginación mía y luego comprendo que un tercero está jugando. Me doy cuenta porque no soy la única que alucina. No pudo haberse puesto él mismo en este estado, no soporta perder el control. Apenas la situación se le sale de las manos y ya está perdiendo también la cabeza. De pronto entiendo sus ansias por el juego. El pánico que inunda su semblante me produce una extraña exitación y apuro las embestidas. Él me grita, me pregunta qué pasa y yo sólo puedo gemir y ver hacia la puerta.
Vaya hombre más perturbado que me he conseguido. Mas yo no hago distinción: cuerdos, locos, altos, bajos, fuertes, flacos, vivos, muertos… Franco no es el más extraño de mis amantes. Ha llegado quien se lleva el oro en esa categoría.
Sólo yo puedo verlo. Desde la noche de su ejecución hasta hoy, él entraba por mi ventana en la forma del viento y me tomaba presa con su sexo etéreo. Ha tenido que meterse en mí para obtener un cuerpo. Lo siento por Franco, que se aparta de mí para abrir la puerta y no puede porque él se lo impide escondido entre las sombras. "Preséntate," le ordena Franco, sin saber que esta firmando su sentencia de muerte. Pero qué decirle a él, qué hacer en contra de los celos de un hombre que no teme perder la vida porque no sería la primera vez. No lo culpo, yo soy todo lo que él tiene.
Ha matado a Franco. No sé qué es lo que hará conmigo. Trato de huir pero él es siempre más rápido. Pronto me canso de arrastrarme alrededor del cuarto. Veo cómo abre un poco la puerta, se burla de mí, se acerca lentamente, sabe que no podré alcanzarla y mucho menos abrirla por completo. Mis brazos ya no responden, toda fuerza abandona mi cuerpo. Impaciente, se dirige a mi entrepierna empapada de su sangre.
Abro los ojos. Por un momento me creo a salvo. Pero su castigo no ha acabado ahí. Sólo me ha devuelto al lugar desde donde todo puede volver a comenzar las veces que a él le den la gana.
Aun tengo mi máquina de escribir. Es mi única arma contra él. Una vez que haya terminado de escribir nuestra historia, estoy segura de que quedará atrapado en el papel. Corro una carrera contra el tiempo, debo apresurarme antes de que él vuelva. Veo el reloj y descubro que es temprano. Tic, tac, tic, tac...
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