Veo el reloj y descubro que es temprano. Tic, tac, tic, tac... el sonido constante, el movimiento lento pero incansable de las manecillas y el silencio que, por lo demás, me invade.
Abandono mi asiento y lentamente camino hacia la ventana. El cuarto oscuro apenas se ilumina con el día grisáceo sin ninguna alegría entre sus nubes.
El tiempo pasa y pasa sin que yo lo note. El cuarto donde me encuentro, de alguna madera oscura, parece querer hablarme. ¿Qué sucede? De pronto, hablar es algo imposible. Intento pronunciar palabras, gritos, alaridos, y todo es en vano. Lo que antes eran simples palabras, ahora son gritos de auxilio, no entiendo lo que sucede. Abandono el libro que estaba escribiendo, cierro los ojos y me digo que quizá todo sea un mal sueño. Recargo en el reposet la cabeza y mi mente me abandona. La siento volar en una introspección por mi organismo. El tic, tac desaparece y el silencio se hace inmenso.
El escalofrío que me recorre de pies a cabeza, de una manera estremecedora, terrorífica en sí, me hace sospechar que algo no anda bien. Mis sospechas aumentan cuando trato de abrir los ojos, cuando trato de respirar y no puedo. Siento algo blando como una almohada tapando mi cara con rudeza, y la desesperación por respirar es cada vez más angustiante.
Mis manos se aferran con fuerza y mi terror aumenta cuando, al querer palpar al objeto que me asfixia, sólo puedo tocar mi cara, rasguñándome al hacerlo.
La sorpresa abre mis ojos de golpe y me sorprende y aterra el silencio de la habitación, el tic tac del reloj y la evidente soledad del cuarto. Desconcertada, con el temor en las venas y la única certeza de no entender absolutamente nada, intento abrir la puerta de la recámara, quiero salir de ése lugar, pero es difícil, casi imposible. La puerta parece ejercer una resistencia cada vez mayor a mis intentos y llena de pavor, empapada en mi propio sudor lo entiendo: estoy atrapada.
Abandono mi asiento y lentamente camino hacia la ventana. El cuarto oscuro apenas se ilumina con el día grisáceo sin ninguna alegría entre sus nubes.
El tiempo pasa y pasa sin que yo lo note. El cuarto donde me encuentro, de alguna madera oscura, parece querer hablarme. ¿Qué sucede? De pronto, hablar es algo imposible. Intento pronunciar palabras, gritos, alaridos, y todo es en vano. Lo que antes eran simples palabras, ahora son gritos de auxilio, no entiendo lo que sucede. Abandono el libro que estaba escribiendo, cierro los ojos y me digo que quizá todo sea un mal sueño. Recargo en el reposet la cabeza y mi mente me abandona. La siento volar en una introspección por mi organismo. El tic, tac desaparece y el silencio se hace inmenso.
El escalofrío que me recorre de pies a cabeza, de una manera estremecedora, terrorífica en sí, me hace sospechar que algo no anda bien. Mis sospechas aumentan cuando trato de abrir los ojos, cuando trato de respirar y no puedo. Siento algo blando como una almohada tapando mi cara con rudeza, y la desesperación por respirar es cada vez más angustiante.
Mis manos se aferran con fuerza y mi terror aumenta cuando, al querer palpar al objeto que me asfixia, sólo puedo tocar mi cara, rasguñándome al hacerlo.
La sorpresa abre mis ojos de golpe y me sorprende y aterra el silencio de la habitación, el tic tac del reloj y la evidente soledad del cuarto. Desconcertada, con el temor en las venas y la única certeza de no entender absolutamente nada, intento abrir la puerta de la recámara, quiero salir de ése lugar, pero es difícil, casi imposible. La puerta parece ejercer una resistencia cada vez mayor a mis intentos y llena de pavor, empapada en mi propio sudor lo entiendo: estoy atrapada.
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