El camino se extendía solitario y serpenteante y detrás, muy a lo lejos, una columna de humo gris hizo a Jacinto volver a pensar en su sueño. ¿A dónde se dirigía? Le inquietaba no saber con exactitud qué había ocurrido con su mente pero su pasividad característica lo mantuvo meditando unos minutos, observando el camino que había dejado atrás hacía unas horas.
Pasó su lengua por los labios secos y un viento polvoso meció sus blancos cabellos. Estaba cansado, tenía hambre y sed y la única posibilidad que se le ocurría coherente era la de volver por donde había venido, obtener un poco de comida e información sobre su pasado reciente. Algo lo detenía, sin embargo, como si su propio cuerpo se rehusara a regresar.
Al fin convenció a sus piernas de empezar a caminar. Una extraña inquietud lo invadía mientras se acercaba al punto donde se originaba la humareda. Tuvo el impulso de irse lejos por aquel trayecto solitario que seguía desde la madrugada y olvidarse de los sueños, ya encontraría algún buen samaritano que lo llevara al pueblo más cercano donde comería algo y sus recuerdos volverían una vez que hubiera descansado…
Pero no se detuvo. Ignorando el impulso de escapar, continuó acercándose sin prisa al incendio. El camino se estrechó en una pendiente que desembocaba a un pueblo tranquilo de techos rojos y Jacinto se detuvo nuevamente a observar esa extraña aparición desde lo alto. Había perdido sus memorias anteriores a aquella noche, mas tenía la certeza de haber estado caminando durante horas en medio de la nada. Tal vez había tomado una desviación sin darse cuenta, no recordaba ningún pueblo, ninguna persona viva desde que había despertado esa mañana.
Estupefacto, vio cómo una escuela, con un extensísimo patio central, se incendiaba en medio de ese pueblo fantasma con techos rojos.
domingo, 3 de mayo de 2009
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